Noviembre de 1983: El aire caliente, asciende, y baja la presión. Se dan condiciones adversas capaces de formar ciclones o borrascas. El conocimiento naval se pone a prueba. La nave escora, un silbato llama la atención: «atentos en sus puestos, dispuestos a atender la emergencia».
Según la memoria del Almirante Alvaro Campos Castañeda, quien conmemora al supertifón Marge, se despidieron del Japón y se adentraron en el mar Pacífico; «Vi los penoles de la verga mayor y la gavia baja, bajo el agua en repetidas ocasiones». En la mitad del Pacífico, el inclinómetro llegó a marcar 60°. Los tripulantes, de repente se encontraron frente a olas de 12 a 15 metros de altura. Vientos de 140 kilómetros por hora. Un bote motor desapareció en medio de la violencia del viento. El agua impedía la visibilidad. Una ola sacó a un técnico, y otra lo devolvió al buque. La emergencia ocurrió entre el 6 el 7 de Noviembre.
Las velas gavias se desplegaron por la fuerza del tifón y el timón dejó de gobernar poniendo en peligro la nave. El comandante vio la necesidad de destruir las velas a tiros de fusil. Él mismo recordaría la plegaría del marino, «en caso de zozobrar no duraríamos más de quince minutos vivos». En Cartagena, la vida seguía su curso, y la reina de belleza era Susana Caldas Lemaitre.
La pericia de los marineros salvó a la nave que llegó impulsada por el motor Diesel. Recuerda Héctor Enrique García, técnico, en ese recorrido; «Cuando llegamos a san Diego, California, parecía un buque fantasma en la bruma mañanera». Una tripulación heroica en su totalidad, le retornaría a su esplendor, barrería las motas de las velas fusiladas...volvería la conmoción del himno nacional... «ajajoi timonel».
El marino en el palo mayor…
En puerto la corneta del ARC Gloria, parece una tromba. Su sonido, grave e inesperado, asusta y hace brincar a los distraídos. El Segundo Comandante, Capitán Andrés Avella es bogotano, que en su cuarto viaje en el ARC Gloria, explica que cada uno vive un buque Gloria distinto. Recuerda que en 1995 alcanzó el honor de entrar a puerto situado en el punto más alto del mástil, en Río de Janeiro. Cuando le dieron la orden de la montada de primero supo que iba al podium. Un recuerdo que no marchita. En la bitácora, en una placa del crucero de 1995 con su nombre, era el Mejor Cadete: Andrés Avella. En ese muro, están grabados los nombres de otros setenta y un marinos, en reconocimiento al sobresaliente cumplimiento del deber. Son los cadetes que subieron por la tabla de jarcia, al sitio de la grandeza. Por su entereza alcanzaron la honra de situarse en el tope del palo mayor.
Subiendo a la arboladura...
El temor frente caidas peligrosas se supera con adiestramiento especializado y protocolos de seguridad industrial. Siempre ascienden dos compañeros, con sus arneses, pendientes de la protección del otro. La primera vez que se va hacia arriba a la galleta, es una vivencia imborrable.
El capitán Avella aprendió que los bajitos van arriba, para que en la distancia se vean todos de la misma estatura, «se trata de una ilusión óptica».
El Capitán Andrés Avella lo aprendió vuelta a Sur América, en Guayaquil, Ecuador… en la cuarta verga gavia baja. La colonia colombiana jubilosa los recibía. Al aproximarse sonó el Himno Nacional… ¡Gloria al Gloria! …
A éste velero llegan escogidos… varones y mujeres. Ellas, las guardiamarinas, catorce en total, son navegantes como razón de vivir. Van en una nave construida en acero naval.
La tripulación, en alguna manera, se asimila a esa aleación de hierro y de carbono; resiste impactos, capea chubascos, aguanta aguaceros, se somete a la fuerte brisa… hombres y mujeres de mar se sostienen cuando el buque escora por la fuerza del viento o de la marea.
Durante la permanencia mar adentro, los marineros tratan de nivelarse. Desarrollan una marcha que busca mantener un ángulo recto. Aprenden a caminar ladeados. Al retornar a tierra, tras meses de permanencia en el mar, buscan readaptar su línea perpendicular. Algunos pierden la estabilidad, sienten que el mundo a sus pies se mece; es lo que se conoce como «mareo de tierra».