El amor por El Corán y la entrega a sus dos amadas esposas

En 2011, siendo el mes de Octubre, Mohamed Basabi llamó desde Colombia a Ghana. Tomó el teléfono para pedir autorización a su esposa: quería casarse con otra mujer que conoció en Colombia. La describió. Dijo que su nueva cónyuge era bondadosa y que no tenía familia. En el país africano, a doce mil kilometros de distancia le aprobó su otro matrimonio. Fue una autorización inmediata: "Claro que te puedes casar, no puedes estar solo y viviendo tan lejos", le dijo la madre de sus hijos. Desde entonces Mohamed mantuvo al tanto a su esposa, de todas las incidencias de su nuevo matrimonio, de su primera hija por nacer y compartía con ella la alegría de las fotos de su primera bebé. Así sumó diez hijos con sus dos amadas esposas.

Está sentado en el pórtico de la mezquita, con la silla pegada al pie de dos columnas en piedra. En las bases de los pilares en roca tiene un gajo de plátanos que reparte entre todos los que llegan a pedir una limosna. Con gestos apacibles habla del amor de Allah, el Misericordioso. Mohamed Basabi, es del pueblo Kumbugú, en la tribu de Dagombo. Su pais nativo se encuentra en el sur del África. Ahora es el guarda de la mezquita, responsable de tareas numerosas en el centro de oración de los musulmanes de la calle 80 en Bogotá. Llegó a Colombia, tras trece horas de vuelo. Venía de paso para los Estados Unidos, pero aquel país le negó la visa. Con todo y eso, considera que los permisos protegen a las personas. "Eso evita que uno llegue a un pais y termine durmiendo en la calle".

Se quedó en Colombia, cuando vió que los colombianos comen los mismos plátanos de guinea que en su tierra nativa. Confiesa que venía absorbido por la formación de montañas, un paisaje que nunca había visto. Comenta que en Ghana lo que más consumen es el maiz, con el que hacen una coladas fermentadas, y panes. Describe que en su pueblo los techos de las casas son hechos con paja. "Carecemos de luz, vivimos sin agua potable; perforamos pozos, buscamos el agua de los rios". En su tribu tampoco se conoce el azúcar. En su territorio tienen respeto por leones, leopardos, cocodrilos.

Recorrido de un africano...


Por error, un bus lo llevó desde Cartagena a Cúcuta. Parece que le entendieron mal, cuando él dijo: "yo ir a Bogotá". Esa falla, a la hora de venderle el tiquete, lo dejó a 550 kilometros de su destino. Tras tomar otra flota, y ya en la capital, lo primero que hizo fue buscar una mezquita. Su lenguaje fue mostrar su voluntad para cernir la arena, como una eterna sumisión al Señor de los mundos. Se enteró que en la capital colombiana construirían una mezquita y llegó hasta la ciudad de nueve millones de habitantes. Una vez en el lote de la carrera treinta, ante la perspectiva del monumento que se iba a levantar con una gran cúpula y un minarete se ofeció a preparar el alimento para obreros, con la convicción de dos ángeles que caminan a su lado. Se mostró dispuesto a todo, a cumplir con su trabajo. Además de su oferta de cocinero, de sus dotes de ayudante de alarife, además de su dialecto, podía hablar cuatro idiomas con fluidez; árabe, inglés, francés y español, con lo que podía recibir a los musulmanes de distintas diásporas. Desde el 31 de octubre de 2011 ha permanecido inamovible en su puesto. Enseña las fotos de sus dos hijos nacidos en Colombia.

Dice que la puerta de la mezquita costó muchos millones que pagaron con todos los ahorros de la Comunidad Islámica radicada en Bogotá. Es un pórtico con las orlas talladas en madera: "Ahí puedes leer aleyas del sagrado Corán". Las gruesas hojas de madera, con su imponencia ceremonial están abiertas para todos, crean o no crean en el Profeta Mohamad.

Expresa siempre una visión bondadosa de la vida: "El amor no debe diferenciar entre quién es quién". Recuerda que en su aldea sólo un vecino tenía un molino eléctrico, una especie de lujo y de privilegio social que prestaba a los demás para que convirtieran los granos en harina los granos. El se valía de la máquina, pagaba algo y luego regresaba a preparar una bebida fermentada.

Envíar ladrillos a África


Con su constitución delgada y fuerte ha hecho todos los oficios de servicios generales, está pendiente de los útiles del Haram, el salon de oración, y del mimbar, desde donde habla el predicador. Está dotado de capacidad para servir. Es un motorizado de doble tracción que ha fortalecido en su creencia en Dios, Allah, el Bondadoso, asi soporta la perseverancia en lo que hace. Su constancia le ha permitido enviar remesas a su familia ghanesa para construir su casa en cemento en su pueblo, es una obra en la que cuenta que lleva veintitres años y que aun no termina.

Mohamed Basabi enseña el idioma árabe a aquel que quiera aprenderlo, sin cobrarle. En la puerta del centro de oración, parquea su carro, el que ha comprado con las ganancias de su trabajo. Es viernes. Bajo la lámpara de dos metros de diametro y elaborada en vidrio; dos pequeños gatos hacen jugarreta en la hora de las oraciones, suben los hombros de los asistentes. Maullan y ronronean en carreras sobre las alfombras persas. Los musulmanes admiten que los pequeños felinos se estacionen en el mihrab, -la hornacina que indica la dirección de La Meca-. Mohamed Basavi, se recorre en sus adentros pensando en volver a su África, ¡aquí he conseguido cosas pero aun me siento extranjero!. Recita sus aleyas pensando siempre en el lado bueno de la vida como el primer escalón hacia El Paraiso...



Mezquita Bogotá- Calle 80 Carrera 30



Textos y Fotos: Noticias Colombia - Nelson Sánchez A -