Instantes antes de morir, la señora Serafina pronunció sus últimas palabras: «Quién fue a cuidar el almacén?» , dicho esto la comercianta expiró. Es la memoria vívida del instante crucial en que falleció la madre de Miriam Pascagaza. Fue hace 34 años. En ese momento la venta de lámparas y artesanias pasó a sus manos. A la fecha, entre las dos vendedoras han completado en el Pasaje Rivas, una presencia que supera los cien años.
Cuando se presentaba ante alguien, según cuenta doña Miriam, la matrona, extendía su mano, luego decía: «Mucho gusto: María Serafina Corredor de Pascagaza», le gustaba dar sus nombres y apellidos completos. La heredera recuerda que siendo niña, aprendió a trabajar porque su mamá le ponía la tarea de acomodar la mercancia. «Eran pequeñas cosas que yo podía hacer». Miriam sucesora de María Serafina Corredor de Pascagaza, avezada en en el negocio de piezas ornamentales, es testimonio de una sucesión comercial, en donde los propietarios de los almacenes han realizado la mayor parte de sus vidas. Muchos han llegado al pasaje desde que eran niños.
Cuando se construyó este centro en 1893, Bogotá era un desfile tumultuoso de hombres que se protegian del frío con las ruanas. Las mujeres llevaban pañolones y alpargatas. Por la calle 10 quedaba la Plaza de Mercado de la Concepción, y este sitio servía de Bodega. Era una ciudad heredera de valores clericales que sufrió las guerras de independencia y las guerras civiles.
Fernando Gutiérrez, dice que el Pasaje Rivas es el mayor Centro Artesanal de Colombia. Señala con orgullo, que es patrimonio inmaterial de la capital colombiana. En las paredes de su almacén, Pasarte Galería, cuelgan y están enrolladas obras ejecutadas por cuatro artistas de la pintura que trabajan impresionismo, abstractos y bodegones.
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Han pasado más de 130 años, cuando la naciente república, vivía en la herencia colonial. Luis G Rivas fundador del sitio y quien es descrito por Fernando Gutiérrez como un filantrópo dejó un perdurable legado que es presente y es nostalgia. Luis G Rivas fue el fundador del Leprosorio en Sibaté En los techos las vigas de madera. Gruesas paredes de adobe, espacios amplios.
En la memoria la Plaza de Mercado de la Concepción. Afuera,caballos y mulas cargaban bultos con líchigos y atados de esteras, fiques, yutes y gruesas de alpargatas para la venta.
Sergio Basto Lozada afirma: «Aquí al que es envidioso se le ignora y se deja a un lado». Llegó hace décadas porque lo trajeron los maridos de sus primas que trabajaban en el Pasaje Rivas, y lo presentaron para que lo couparan como vendedor en unos de los locales. Desde entonces, se ha movido trabajando entre uno y otro almacén sabe de vender butacos, ruanas, somberos y carrieles, y artesanias de casas campesinas.
«Todo el mundo tiene que aprender un arte», dice Carmenza Paez; esa fue la idea que le permitió vivir y trabajar hasta este tiempo. En 1960 tenía 17 años. Aprendió con monjas a acordonar colchones. Recibió la enseñanza de hacer sus costuras con una agua de arria de los bordes. Llegó a Bogotá con su abuelo Hermógenes. Buscó empleo en la calle 63 en Chapinero, en donde había un taller. Vio los arrumes de motas con que fabricaban las piezas que se ponían en las camas en lugar de las esteras tradicionales. Cuando le preguntaron qué podía hacer constestó que sabía acordonar, y segura en que podría ser una buena colchonera siguió adelante:«poniendo cuidado, también puedo ayudar a rellenar».
La muchacha venía de Ubaté. Atenta, aprendió a tomar el bus número 10 de ida y vuelta a su casa. Carmenza nunca hizo las costuras, ni siquiera tocó una de esas agujas esparteras, en esa fábrica sino que se dedicó a vender, hasta que una tarde le dijeron: «Usted está buena es para trabajar en el centro, en el Pasaje Rivas» . Desde el día siguiente se dedicó a vender chifonieres, taburetes, mesas de noche. Carmenza se quedó, encontró un oficio que nunca abandonó desde hace sesenta años. Se convirtió en hacedora y testigo vivo de la historia del Pasaje Rivas.
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