A las tres dela mañana, en el resguardo, las mujeres estiran las  cabuyas,  que pintadas  con los colores naturales de una planta llamada brasil se  convertirán en mochila y chinchorros, serán tejedurías en las que plasman sus pensamientos, y que si las tinturan con fibra de coco, sus hilos tendrán un brillo entre cobre y oro.

Madeluz Maestre, "portar esta mochila, es llevar el símbolo de una cultura"

 

Durante  el relanzamiento de la marca Kuankuí, en Corferias, trasladaron a la concurrencia a saberes milenarios.

Hilando y bailando como lo hacen en el pueblo de Atanquéz, en el Cesar, en  donde  sobreviven doce mil ancestrales a los embates de la civilización, y a donde no llega señal de televisión.

Las kuankamas cautivaron la atención de la concurrencia. Una multitud embelesada vio que en las mochilas están  los símbolos; los caracoles, las montañas, el mar, el origen de la vida.

La  carrumba  es la herramienta  con la que organizan la fibra de fique.

 A través de su máquina manual pasa la hilaza, corriendo sobre una aguja capotera, en un envolvimiento circular y mecánico impulsado por las manos artesanas.  Antes de que amanezca, Aura Montero en su cuarto de tintado y  con el correteo lejano de iguanas que cruzan la montaña; la maestra,  en tres pailas de cobre da el color a la  fibra, ella tiene la sabiduría del color y el tono del teñido del fique.  Habla de la penca y dice que para que el fique llegue a su producción son necesarios seis años.

 

Aura Montero maestra artesana kankuama

Ambiente Kankuamo


Con el poporo,  a cada mascada de la hoya de aya, lo frota; él está escribiendo los  pensamientos de la humanidad, mientras las mujeres dan forma a sus urdimbres. Es un mundo, del que quedan esquirlas de cómo fueron sus siglos pasados y del que les queda su forma de gobernarse, un cabildo con doce delegados, uno por comunidad.

Aura Montero tiene su medalla de maestría artesanal que le otorgó Expoartesanias. Está ataviada con el vestuario cuyo nombre de origen se perdió por siempre. El relanzamiento de la marca Kuankui, protege los derechos intelectuales  de las creaciones mochileras de la   Comunidad,  incrustada  en un resguardo en el monte a sesenta kilómetros de Valledupar.

Atanquez, el nombre de su lugar traduce lucha, trabajo y defensa. Nadie pasa hambre por la costumbre ancestral de regalarse el guineo  e intercambiar alimentos. En los patios cuidan el chivo, el cerdo y las gallinas. No falta el guandú, una leguminosa generosa que entrega su cosecha a los tres meses de la siembra. Mientras tejen,  suena el chicote y la gaita, en una cadencia rítmica de cuatro tonos. Cuando quieren hacer  parranda entre  mujeres  forman  parejas y bailan entre ellas.

Hilar y bailar, es una escena que se vive en el  pueblo de Atanquez y que expresa el valor  cultural de la Comunidad. Desde lo alto desploma el río Guatapurí que cae limpio hasta llegar a Valledupar.

Escribe: Nelson Sánchez A - Noticias Colombia