A las tres dela mañana, en el resguardo, las mujeres estiran las cabuyas, que pintadas con los colores naturales de una planta llamada brasil se convertirán en mochila y chinchorros, serán tejedurías en las que plasman sus pensamientos, y que si las tinturan con fibra de coco, sus hilos tendrán un brillo entre cobre y oro.
Madeluz Maestre, "portar esta mochila, es llevar el símbolo de una cultura"
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Durante el relanzamiento de la marca Kuankuí, en Corferias, trasladaron a la concurrencia a saberes milenarios.
Hilando y bailando como lo hacen en el pueblo de Atanquéz, en el Cesar, en donde sobreviven doce mil ancestrales a los embates de la civilización, y a donde no llega señal de televisión.
Las kuankamas cautivaron la atención de la concurrencia. Una multitud embelesada vio que en las mochilas están los símbolos; los caracoles, las montañas, el mar, el origen de la vida.
La carrumba es la herramienta con la que organizan la fibra de fique.
A través de su máquina manual pasa la hilaza, corriendo sobre una aguja capotera, en un envolvimiento circular y mecánico impulsado por las manos artesanas. Antes de que amanezca, Aura Montero en su cuarto de tintado y con el correteo lejano de iguanas que cruzan la montaña; la maestra, en tres pailas de cobre da el color a la fibra, ella tiene la sabiduría del color y el tono del teñido del fique. Habla de la penca y dice que para que el fique llegue a su producción son necesarios seis años.
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